El descubrimiento de nuestra propia galaxia


Refugiado de la peste en su pueblo natal, Isaac Newton enunció en 1666 la ley de la gravitación universal, de acuerdo a la cual todos los objetos se atraen. Esta ley, publicada poco mas de veinte años después, dice que entre dos objetos hay una fuerza de atracción que depende de la masa de dichos objetos y de su distancia. Empleando las leyes de la mecánica, enunciadas también por él, la gravitación permitía explicar las características del movimiento de planetas, satélites y cometas. Junto con el éxito de la nueva ley, llegaron nuevos problemas. Newton estaba intrigado por el hecho de que la atracción mutua entre las estrellas no hubiera ocasionado que estas se juntaran en un solo objeto, dando lugar a una especie de colapso del universo conocido en aquél entonces. La solución que daba el propio Newton a este problema radicaba en la enorme distancia entre las estrellas. Aun cuando nadie habia medido la distancia entre el Sol y alguna estrellas, a partir de sus brillos Newton ya tenía buena idea de que tan grandes eran estas distancias.

En 1692 el escolástico Richard Bentley, realizando una serie de estudios teológicos, formuló que "la estructura del Universo solo puede ser producto de la mano de Dios". Antes de publicar sus estudios, Bentley consultó a Newton: ¿qué sucedería si la materia del Universo fuera distribuida uniformemente en el espacio y libre de moverse bajo el efecto de la fuerza de gravedad? Newton respondió que si el Universo tenia dimensiones finitas entonces se colapsaría en un solo objeto esférico; si el Universo fuera infinito, este colapso solo podría prevenirse si la materia estuviera distribuida en forma perfectamente uniforme, lo cual era improbable. Incluso en este caso, bastaría una pequeña fuerza de otro origen para desencadenar el colapso del Universo. Bentley concluyó que la razón por la cual el Universo no se colapsaba solo podía ser de origen divino.

Aunque Newton se dedicó posteriormente a otras cuestiones, como la segunda edición de sus Principia, este problema siguió ocupando su mente. En trabajos que nunca publicó intentó encontrar alguna manera de distribuir las estrellas en el espacio de manera a evitar el colapso ocasionado por la atracción entre ellas. Sin embargo, Newton no logró dar una explicación completa de porqué el Universo no se colapsaba sobre sí mismo y la cuestión quedó abierta. Alrededor de 1750, en la ciudad inglesa de Durham, Tomas Wright dió una primera explicación, tomando en cuenta la banda de luz que se observa en las noches oscuras (lejos de la iluminación urbana), la Vía Láctea. Desde las primeras observaciones con telescopio de la Vía Láctea, realizadas por Galileo, existía la idea de que esta estaba formada por innumerables estrellas de débil brillo. Wright planteó que las estrellas estaban distribuidas sobre una cáscara esférica (Newton había ya demostrado que en este caso no se daría un colapso). De acuerdo a este modelo, el Sol también estaría sobre esta cáscara. Al mirar hacia el centro o hacia el exterior de la cáscara veríamos muy pocas estrellas, pero al mirar "de lado" (en dirección tangente) veríamos muchas estrellas, correspondiendo estas a la Vía Láctea.

Las ideas de Wright, aunque incorrectas, son de hecho la primera representación de nuestra galaxia, la Vía Láctea. Al poco tiempo el filósofo Immanuel Kant interpretó el modelo de Wright como el de un disco, en el cual las estrellas que forman el Universo estan contenidas. Mas interesante, Kant, quién ya había expuesto ideas acerca de la formación de estrellas y planetas, consideró al Universo como un sistema no estático, en el cual las estrellas se forman, evolucionan y explotan dejando materia a partir de la cual se forman nuevas estrellas. El modelo de Kant es, en sus razgos generales, muy parecida a la concepción presente de la estructura de nuestra galaxia. En 1761 Johann Lambert propuso que la Vía Láctea era uno de muchos sistemas de estrellas, anticipando en mas de un siglo el descubrimiento de que las nebulosas espirales son galaxias separadas de la nuestra.


Esperanza Carrasco Licea & Alberto Carramiñana Alonso
Diario Síntesis, 7 de septiembre de 1999

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